Desperté muy temprano para preparar maleta, desayunar y ordenar todo para desaparecer por un par de días de Santiasco. Alrededor de las 14 horas ya nos encontrábamos en Puerto Montt y nos esperó un transfer para ir directos al destino final.
Logré convencer a un amigo para que me acompañara a comer a un lugar que recordaba, el restoran La Olla ubicado en la costanera enfrente al lago. Sabia elección, debido a la hora (más cerca de las 16 horas) tras la caminata desde el hotel, encontramos espacio para disfrutar unos platos sencillos pero deliciosos. Una corvina a la plancha con un techo de alcaparras al aceite de olivas y unas papas mayo (soy adicto a las papas), acompañado con un buen carmenere 2004.
Al regreso, aproveché de empujar a mi partner a algunas aventuras, estuvimos en un pequeño museo de un pintor de la zona (Pablo Fierro), donde la gracia es que mezcla sus buenos dibujos y pinturas de la arquitectura de la región, con piezas de madera, antiguedades y artefactos obtenidos en las demoliciones de esas mismas casonas de antaño. Muy notable y diverso, además de entretenido el artista.
Pasamos también por el Emporio del Lago que al final resultó ser una boutique de delicatessen. Probé una pasta de aceitunas y nuez que estaba muy rica.
Regresamos al hotel y mi compadre se murió, es decir, decidió dormir. Acto seguido yo salí a recorrer la ciudad. Entre lo rescatable, una muestra de esculturas en una carpa montada en la plaza de la ciudad en donde habían algunas piezas en piedra y madera excepcionales. También visité unos cafecitos, una feria artesanal de minusválidos y finalmente me instalé en la costanera frente al lago y al volcán Osorno y el Calbuco, a leer y esperar el atardecer. Precioso día.