La decisión de viajar a esta interesante ciudad la tomé una madrugada cuando escribiendo mis cavilaciones me di cuenta que necesitaba distancia. Cuatro de la madrugada, es hora de comprar pasajes, no fue el mejor momento considerando que era un feriado largo y que posiblemente los plazos para confirmación estarían al límite.
Comprar pasajes fue una delicia. Lan.com ofrece todas las facilidades para ello, pero se olvidan que la experiencia requiere algo más. Lo concreto es que obtener un hotel, fue un calvario. Quedó claro que los tiempos instantáneos de internet se chocan brutalmente con los modelos de procesos basados en los tiempos offline. No había ninguna posibilidad por internet de reservar ni garantizar que tuviese un lugar para depositar mis huesos en Montevideo.
Me decidí pasar al modo telefónico y, bueno, tras unos 10 llamados, durante sábado y gran parte del domingo, conseguí al límite del fin de semana un lugar en la zona de Pocitos en Montevideo. Programé despertadores (tengo que usar tres) y el radiotaxi llegó oportuno para llevarme al lugar de partida y alcanzar un café. Abordar el avión y con solo cuatro minutos de retraso, aterrizamos en la zona de Carrasco en ciudad de Montevideo.
Una vez afuera del aeropuerto, pude disfrutar de un día soleado y muy claro. Un cielo perfectamente azul (no el cielo de carbón de Santiasco). Tomé un taxi con un chofer parlante, amable y educado, me dio muchos tips interesantes y me cobró 100 pesos uruguayos de más. Los pagué gustosos, adoro la información y la amabilidad.
Ya en el hotel considerando que el horario de checkin apuntaba a las 14 horas y recién eran cerca de las 10:30 horas local (hora Santiasco +1), pedí baño para mojarme la cara todavía un poco somnolienta, un lugar seguro para mis cosas y salí a caminar
Usé la vía más propicia, la Rambla, que no es otra cosa que la costanera deliciosa por la periferia del Río de la Plata. Caminé, hasta que regresé al hotel, seis horas admirando el sol primaveral, el cielo azul y el aire verdaderamente exquisito que hay en esta ciudad. Hay que destacar que corriendo, caminando o bien en las ciclovías que recorren toda la costanera, había gente disfrutando la mañana del día lunes.
Con el almuerzo de carácter típico, una “chivita canadiense”, me reí mucho. Efectivamente no era chivo y mucho menos canadiense. Se trata de un sándwich basado en un rico lomo de vacuno, con lechuga, tomate, pimientos, aceitunas verdes, mayonesa, rollos de jamón y queso derretido, todo junto en un plato pequeño, muy pequeño para contener el sándwich y una montaña de papas fritas. Una delicia de colesterol y sabores!!!
Tras un descanso en mi cuarto, comencé a planificar una cena adecuada a mi entrada en Uruguay. En los alrededores, encontré un restorán interesante. El sitio llamado Parrillada Trouville, un lugar precioso, con varios salones bien armados, considerando el fogón de leña donde preparaban las carnes a pedido. Partí con agua mineral sin gas, para preparar el paladar. Solicité un baby steak (no habría podido comer algo mayor, era enorme), acompañado de papas Trouville (resumidamente papas fritas en salsa de tocino y queso) acompañado del mejor Tannat del restorán, un Pisano, Pájaros Pintados (el nombre que los indígenas daban a Uruguay), un reserva del 2006. La comida excepcional, la música de Sabina muy apropiada y la conversación con los mozos estupenda. Me dieron muchos datos interesantes.
Lo primero y que posteriormente confirmé es que casi no hay niños, este es un país de viejos, fenómeno que como deben saber, también se está presentando en Chile. También, hay pocos perros callejeros (todos tienen dueño y hasta patente) y ningún mendigo (obviamente los hay pero son pocos); es una ciudad bastante plástica, se ve bien lo bonito y se oculta increíblemente lo “no tan bonito” (que a no dudar existe y lo veré en los próximos días).
Dormí plácidamente hasta las 8 horas del martes (7 de la mañana en Chile, consideren el sacrificio!!), un desayuno en el piso 12 de mi hotel y me preparé para una incursión profunda a la ciudad.
Cargué lo necesario y me dirigí hacia la Ciudad Vieja caminando, plácidamente y en modo inspección (para guardar las proporciones estamos hablando de más de 50 cuadras para llegar al lugar en que nació la ciudad de Montevideo hace muchos años). Me encontré con una ciudad muy vacía aunque progresivamente se iba plagando de actividad comercial mientras avanzaba. No es muy distinta a Buenos Aires en la avenida 9 de julio o la Alameda de Chile.
Llegué hasta el último extremo caminable de la ciudad en esa dirección, una entrada artificial de 200 metros en el Río de la Plata, que la verdad recorrí bastante temeroso por que el viento era tremendo y esa sensación de caminar sobre el agua y que el viento te botaría en cada instante, no fue tan delicioso. En fin, experimentar es algo que no puedo evitar.
Volví hacia la ciudad visitando cada feria popular que descubría, incluyendo el puerto y las plazas de artesanías, todo muy revelador de la realidad. Se vende mucha ropa usada por comerciantes bastante humildes. Lo increíble es que no se ve pobreza evidente como en Chile, aparentemente la clase media está muy extendida. Como todos los países de este lado del mundo, ya están naciendo nuevos barrios ricos, curiosamente más pegados al aeropuerto, en el barrio de Carrasco. Se construye progresivamente una Dehesa (al estilo chileno del arribismo) y que evidencia residenciales muy ostentosas. Los escaladores sociales y los arribistas ya tienen barrio en Monteciego.
Un edificio notable es el Palacio Salvo, extraordinario y ya con 80 años de existencia. Es casi barroco o quizás gótico, propia aparecer en una película de Batman. El puerto enorme y con una actividad frenética. También pude visitar el mausoleo del héroe nacional Artigas en el subsuelo del gigantesco monumento que hay en la plaza principal.
Comí al paso una ensalada mediterránea, a decir, bastante extraña. Un arreglo de cortes de tomates, cebollas, huevo duro, papas, salsa york, queso y mayonesa. Una pequeña y sabrosa bomba, todo lo cual acompañe con una sabrosa cerveza.
A media tarde me prepare un refrigerio para consultar otros sabores, unas empanadas de carne y una botella de vino Pisano 2007 con una mezcla muy sabrosa 60 por ciento merlot y 40 por ciento tannat.
Ya tarde decidí visitar la bohemia y tras visitar unos cuatro sitios, me quede en el Barba Roja, un pub bien armadito con música de 80 y 90 a beber un buen ron y servirme picadillos.
Un día lluvioso, lluvia fina pero persistente, me permitió dormir hasta tarde (para que me iba a levantar?). Solicite una faina, lo que parece ser una tortilla de pasta de garbanzos que se fie en una plancha. Es sabrosa aunque sin añadirle salsas o quesos, el sabor termina saturando. También probé la versión local del hotdog, llamados panchos, consisten en el pan y la vienesa. La gran mayoría le aplica una mostaza suave y nada más. Ciertamente sigo prefiriendo mi “Italia tomata abajo” del chileno Dominó.
Montevideo también se formó con italianos, además de africanos y españoles, por eso hay buenas masas. Me serví unos ravioles Carusso tremendos, con una cantidad de crema, quesos y champiñones y jamón que jamás imagine. Deliciosos y bien acompañados de cabernet sauvignon de Don Pascual, bastante adecuado para el plato.
Quizás lo mejor que tuve oportunidad de ver, fue el espectáculo Falta y Resto, un teatro lleno para ver una Murga, un espectáculo de carnaval, a cargo de una agrupación que ya suma 25 carnavales y que son furor entre los montevideanos. La chispa popular en cantos llenos de ingenio, una suerte de “raps” que combinan crítica social, buen humor y sobretodo, sintonía con los “padeceres“ y felicidades de un pueblo. Extraordinario espectáculo, gran calidad vocal, buen humor e histrionismo.
Tras este delicioso show, pasé por unas empanadas a La Barca (su especialidad), algo de comer y beber en La estada (una suerte de bar parrillada) y luego solo me quedó caminar en una exquisita noche hacia mi hotel, ya que Montevideo muere temprano (2 AM es muy temprano, no creen)
La cena del siguiente día, estuvo excelente. Un Salmón cocido a la plancha y terminado al horno, acompañado de cebollines glaseados y puré marmolado de calabaza y papas con una finísima crema de albahaca y azafrán. Capítulo aparte lo tuvo el pan campestre, un pan de campo, untado en ajo y tomate gratinado con mozzarella fresca , al que se añade un rico jamón crudo y rúcula. Fantástico!!
Al siguiente día, un excelente almuerzo en el Restorán Atlántico, unos calamares de miedo (la verdad fueron de miedo pues me cayeron muy mal), seguido por un lomo con puré de morrones, champiñones y hongos. Exquisito almuerzo en la orilla del Río de la Plata, siempre acompañado de una música lounge definitivamente perfecta.
Por la noche, una visita al Om, un restobar con jazz en vivo (aunque solo estándares y covers con hartas sambas y boleros) Una genial conversación con el barman, si sabe de música y compartimos un buen rato datos sobre buena música, mientras me bebía unos buenos cócteles.
En fin, debía salir de Montevideo y creo que echaré de menos tanta diversión. Una ciudad muy disfrutable a pesar de sus horarios de viejos.
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