Un paseo que nuestro Club Malayo hacía por primera vez, convocó a 21 entusiastas excursionistas. Siendo las 6 de la mañana del domingo (cierto, dije DOMINGO), me levanté a preparar una mochila con lo necesario para un trekking de día completo en el maravilloso Cajón del Maipo.
Puntualmente el gran David pasa por mí y Janito para viajar raudos hacia el punto de encuentro en una estación de servicio en Av. La Florida. En nuestros habituales 10 minutos de espera tope, se congregaron queridos compañeros y algunos recientes integrantes del Club. Nos cambiamos a vehículos 4×4 y viajamos por más de dos horas hacia el sector de las Termas del Plomo.
Un viaje polvoriento pero con paisajes de ensueño, especialmente cuando bordeamos el precioso Embalse El Yeso, un remanso acuático de paz, belleza y pesca (sorprendente la cantidad de solitarios pescadores de altura). Tras el Embalse, nos fuimos adentrando por caminos de una vía (y muy angosta), hoyos y más hoyos, para finalmente ir acercándonos al Río Yeso y la enorme extensión de piedras de lecho de río que muchos usan para probar sus habilidades abordo de un 4×4. Algo no tan trivial pues apenas estacionados llegó un carabinero de montaña (la tenida era muy interesante) a pedirnos ayuda pues había un vehículo volcado.
A estas alturas ya habíamos bajado a 19 los asistentes, pues dos malayas (una alemana y otra francesa) fueron forzadas a regresar en el retén de San Gabriel por no portar documentos (de lo cual nos enteramos bastante después).
El primer desafío que nos costó la reducción en cuatro malayos más, fue el cruce del río. Hay que reconocer que nos falló la preparación, no portábamos cuerdas, las que son indispensables para vadear un río torrentoso con adecuada seguridad. Con maña y temeridad, cruzamos 15 malayos para continuar el periplo hacia el pórtico Piuquenes. Los malayos disidentes decidieron disfrutar las Termas del Plomo.
Un sol abrasador y un acarreo interminable, pero de entusiasmo y capacidad estamos plenos, así que cada uno a su ritmo, desfilamos por un bello territorio con flores silvestres, cactus de altura, miles de restos marinos fósiles, piedras y más piedras y en las alturas, un cóndor vigilante.
Tras cuatro horas de ascenso, llegamos al hito demarcador de la frontera en el portezuelo, en donde una pequeña estructura de acero con una placa nos mostraba lado chileno y lado argentino. Estabamos a más de 4.000 metros en la frontera chileno-argentina. Nada que envidiar a Chile tiene los argentinos, las montañas de su lado son magníficas.
A medida que fuimos llegando, se fue armando nuestro festín. Habíamos desayunado en Santiasco y ahora teníamos menú malayo en Argentina. Aceitunas rellenas de anchoas y otro relleno, uvas, huevos, sandwiches varios, pomelos, naranjas chocolates y el sagrado café, dieron condimento a nuestro hartazgo malayo mientras un viento aterrador nos mostraba que estábamos en un restaurant de altura y además en país ajeno. Exquisita sensación.
El retorno, bastante veloz gracias a los acarreos, nos concentró nuevamente enfrentados al poderoso río Yeso, que esta vez traía mucho más caudal (sépanlo, no es en vano un día de sol en las nevadas cumbres). Con fuerza y estilo sumado a cierta vocación de aventura desmedida, logramos cruzar a salvo y mojados hasta el cuello, llegar de regreso a los vehículos.
Uffff, que gran paseo!!. Mejor preparados lograría máxima puntuación.
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