Aprovechar el feriado de septiembre es algo que se planifica con mucha anticipación. Cuatro meses antes ya teníamos los pasajes comprados y un itinerario de montaña desafiante. Como no existe plazo que no se cumpla, en la madrugada de un sábado estaba con mis mochilas en el aeropuerto tras haber dormido un par de horas una vez que logré poner todo lo necesario en mis heroicas mochilas (a punto de reventar).
En el aeropuerto nos encontramos con Ricky y Sammy y así comenzó la aventura. Unas horas después estábamos revisando la camioneta que habíamos arrendado y que nos esperaba a metros de la puerta de salida. Mi primera impresión es que los neumáticos estaban bastante gastados y que las puertas no cerraban bien, además de la cuerda que sostenía la compuerta trasera que no se veía bien. No obstante ello, quien arrendaba era alguien que ya otros años había suministrado transporte confiable.
Algunas vueltas por Calama para llegar al supermercado y ya estábamos listos para movernos al primer destino, San Pedro. Allá nos esperaba una sorprendente casa que Ricky había arrendado y nos esperaba una rica tarde de descanso. Preparamos almuerzo y luego intentamos una siesta.
La mañana siguiente salimos al encuentro del resto del grupo malayo, Ximena, Alejandra y Rodo. Tras los abrazos y bienvenidas, nos fuimos hacia el cerro El Toco, un cerro apropiado para hacer altura y probar si nuestros cuerpos estaban en condiciones apropiadas. Este volcán inactivo tiene algo más de 5.600 metros y llegamos a su cumbre en un buen tiempo para alegría de todos. Esa noche fuimos a cenar al Adobe, un rico restaurante de San Pedro que ya habíamos visitado anteriormente.
La siguiente jornada nos llevaría a internarnos en el desierto y sus salares para hacer el acercamiento a la base del volcán Pili, un cerro imponente de poco más de 6.000 metros y que Sammy con Ricky habían intentado el año anterior. En el trayecto descubrimos que nuestra camioneta humeaba en exceso y que la compuerta trasera estaba en muy mal estado, al punto que las botas de Ricky estuvieron a punto de quedar botadas en un salar. La camioneta no mejoraba su pronostico.
Una vez que logramos llegar, a lo que los antecedentes disponibles indicaban era el mejor lugar para acampar, armamos el campamento base y realizamos un reconocimiento del lugar aprovechando de tomar fotografías de la escasa flora que se encuentra a 4.600 metros de altitud. Más tarde, decidimos ir con la camioneta a dar un vistazo a la base del volcán. Gran decepción, la camioneta no fue capaz de avanzar por la huella empinada (nunca tanto) y la debimos abandonar para continuar a pie con Sammy y Ricky caminando por algo más de una hora hasta que llegamos adonde comenzaríamos realmente la ascensión del cerro. De regreso al campamento, conversamos que sería relevante poder ganar ese tiempo en vehículo considerando que el ascenso nos tomaría muchas horas y no queríamos desaprovechar la luz solar. Por eso, intentamos nuevamente el acercamiento con la segunda camioneta. Nada que decir, subió sin problemas en segunda marcha con lo cual sepultó todo argumento acerca de lo confiable de nuestro proveedor de la camioneta. Allí decidimos que volviendo a Calama cambiaríamos la camioneta.
Pasadas las 20 horas, nos metimos a las carpas a intentar ese esquivo sueño de altura, lo que se vio severamente alterado porque la temperatura comenzó a bajar bruscamente, al punto que sentíamos frío a pesar de todo el equipamiento de abrigo disponible. A las 4 AM nos dispusimos a vestirnos para el desafío y ocurrió lo inaudito. Todo estaba congelado incluida la camioneta, intentamos una y otra vez hacer partir el motor, eran muchos grados bajo cero y era casi imposible permanecer a la intemperie. Decidimos abrigarnos más y esperar que la temperatura mejorara, pero todo fue en vano. Poco a poco, fuimos desapareciendo en las carpas de regreso al calor del saco de dormir. Este volcán registra un récord mundial de buceo y de navegación en altura, pues en el cráter hay una laguna que esperábamos encontrar.
Alrededor de las 10 AM, con mucho frío aún, desayunamos y replanificamos el paseo. Nada nos desanimaría, solo debíamos ir al tercer objetivo que teníamos definido, el volcán Aucanquilcha. Desarmamos campamento y tras recuperar las camionetas (después de todo partieron) nos enfilamos de regreso a Calama para alojar en un Apart Hotel que conocíamos. Antes de irnos a alojar, pasamos a arrendar una camioneta decente, además de avisar con molestia al anterior proveedor que le devolveríamos el vehículo. Salimos esa noche a cenar al Bavaria, comida abundante y sabrosa que acompañamos con aperitivos y buen vino para recuperar toda nuestra alegría. Aunque nos apena no poder conseguir una meta cumbrera, lo cierto es que sabemos que podemos volver en cualquier otro momento y que lo importante es seguir disfrutando.
Al día siguiente, cargamos nuevamente las camionetas (ya teníamos una impecable en reemplazo) y nos dirigimos hacia Ollagüe, localidad fronteriza con Bolivia y que sería nuestro campamento base para el AucanQuilcha. Sorprendente lugar, ubicado entre dos volcanes activos, el Ollagüe y el AucanQuilcha, sede del yacimiento minero de azufre más alto del mundo y que cerrase operaciones hacia 1993. A todos nos asombró lo cuidado del pueblo, se ha invertido mucho dinero en prepararlo para ser sede turística para quienes amamos la montaña y esos paisajes maravillosos del norte en altura.
Durante la tarde, salimos a realizar reconocimiento y validar que podríamos llegar a la zona donde partían los andariveles con los que bajaban el azufre años atrás. El camino muy complicado, lleno de derrumbes y muy angosto. De hecho no alcanzamos a llegar, pero rellenamos con rocas los baches para asegurar que la mañana siguiente lográramos nuestro objetivo.
Esa noche cenamos ricos carbohidratos que las dueñas de la hostería nos prepararon y temprano nos fuimos a dormir. La hostería era notable, los cuartos con baño privado y agua caliente. Incluso vendían petróleo, con lo cual aseguramos el regreso ya que no habían estaciones de servicio desde que salimos de Calama.
En la madrugada, tras un potente y rico desayuno, salimos rumbo a nuestra meta. Con esfuerzo y algunas maniobras temerarias, logramos llegar a la base de operaciones de la mina de azufre y nos preparamos para el ascenso. Nos esperaba una cumbre de casi 6.200 metros, un delicioso desafío para todos. Si bien la temperatura era baja, no tenía parangón con lo vivido en el volcán Pili, por lo cual pudimos avanzar bastante bien salvo por el esfuerzo que significa el poco oxígeno disponible.
Caminamos muchas horas y ya cuando superábamos la cota de los 6.000 metros y algo más nos vimos obligados a realizar una evaluación del riesgo. Estábamos enfrentados a rocas inestables y mucho hielo, tendríamos que haber llevado cuerdas, pues si bien parecía factible seguir ascendiendo, nos ganábamos un tremendo y peligroso regreso. Una vez más, ganó la cordura y la sabiduría malaya. A metros de la cumbre, decidimos que no valía la pena correr tanto riesgo y con el corazón anudado, comenzamos a descender.
Mientras bajábamos en crudo silencio, me repetía en la mente que había sido lo mejor, nuestro grupo malayo tiene la madurez para evitar riesgos innecesarios y sabemos que podremos volver a intentarlo. Las experiencias deben ser disfrutables para que podamos contarlas.
De regreso a la hostería, pasamos una noche más en el lugar y luego volvimos a Calama al mismo apart hotel que ya conocíamos. Nos solazamos con una nueva cena en el Bavaria, mientras recordábamos todas las aventuras vividas. Al día siguiente, salimos a recorrer algunos salares a disfrutar un día de picnic, después de todo, eran las fiestas patrias.
No quiero extenderme más, la aventura fue exquisita, llena de nuevos aprendizajes y la imperdible compañía de mis amig@s malay@s. Volcanes nortinos, volveremos!!
Qué te pareció el filete?