Una obra muy esperada para esta versión del bicentenario del Santiago a Mil, era esta presentación de Robert Wilson, estadounidense, de la compleja ironía del dramaturgo Samuel Beckett. Precedida por su gran éxito, fue capaz de llenar el Teatro Municipal de Las Condes, a pesar de inscribirse en el género del absurdo.
Un sonido tremendo y una iluminación exagerada ponen en el escenario a una mujer (Winnie) de mediana edad enterrada (atrapada) en la cima de un montículo de asfalto oscuro, en donde permanecerá dignamente durante los dos actos de la obra. En los bajos, las catacumbas de dicho montículo vive el marido (Willie), una suerte de reptil humano que se comunica con ruidos y monosílabos, en contraste con la verborrea grandilocuente e impresionante de la dama.
En francés, traducido en la pantalla sobre el escenario con varios defectos de sincronía, es un clásico del teatro del absurdo formidable. Sospecho que muchas personas con matrimonios de suficientes años de duración, se habrán cuestionado si su realidad es muy distinta o no a la obra en cuestión.
Con un humor elegante e inteligente, ella celebra el «viejo estilo» mientras él prefiere el anonimato y la erótica postal que nutre su podredumbre y silencio de catacumba. Ella digna en todo instante, bajo unos focos de luz terribles, intenta convencernos de su felicidad aunque solo espera el timbre que le indica que ha pasado un nuevo día feliz y que puede ir a dormir, hasta que otro timbrazo la despierte para vivir la pantomima de la felicidad al día siguiente.
Impresionante la obra, Un trabajo impecable de teatro.