Un lugar escondido del barrio Lastarria que no quería visitar, pero que me atraía lo suficiente como para invitar un after office a una pareja de amigos.
Ambientado como si fuera una cava, con muy buena música de transgeneracional factura y un look de pub bien diseñado y con muebles antiguos de materiales nobles, nos recibió pasadas las 20 horas. Una atención muy informal, pero amable en extremo, nos permitió gozar una velada soberbia, llena de conversaciones y anécdotas deliciosas.
En la carta predominan las tablas, las pizzas a la piedra y algunos platos. Nos decidimos para iniciar por una tabla suprema, una deliciosa combinación de carne de res, pollo, champiñones, camarones y aderezos acompañados de una buena botella de vino. La carta de vinos luce esmirriada, ya que está en proceso de cambio, pero igual sobresalió un rico cabernet franc que hizo las delicias en la combinación.
Avanzada la conversación, una pizza romana, esa mezcla increíble de queso azul, cebolla morada y rúcula que me recuerda mis viajes a Buenos Aires y que acompañamos con buen ron dominicano Matusalem.
En resumen, un lugar genialmente disfrutable y bien atendido, una delicia subterránea del lindo barrio Lastarria.