Afortunado me sentí cuando me avisaron con suficiente tiempo para organizarme y poder asistir a un nuevo desafío de montaña. Mi gran amigo Ricky me incluyó en el grupo que organizaba el paseo, el mismo grupo con el cual hemos hecho otras geniales aventuras en el pasado.
Para el día señalado, estaba a las 5 de la mañana levantándome para llegar al punto de encuentro con mi mochila. Nos encontramos con alguna tardanza con mi gran partner Ricardo y su compañera, con quienes iniciamos el largo viaje hacia la octava región. Un viaje divertido, acompañado de buena música de Soda Stereo, Cat Stevens, Pink Floyd y varios autores nacionales. Una parada para comer algo y un encuentro con los otros participantes de este periplo. El grupo original en esta ocasión creció de manera sorprendente hasta 25 participantes, toda una multitud!!.
Instalados en las lindas cabañas que Ale consiguió vía Internet, dedicamos el resto del día a descansar y preparar nuestro equipamiento para el desafío que enfrentaríamos la siguiente madrugada. Un grupo de este tamaño no tenía cabida en un mismo lugar, así que quedamos repartidos en varios sitios de camping en el entorno del Volcán Antuco, a 50 kilómetros o menos de éste.
Esta noche cociné unos fetuccini con salsa huancaína, cebollín y jamón serrano para Ricky, la chinita y mi persona, mientras Giorgio y Samantha cocinaron unos espaguetis a la bolognesa para acumular energía para el desafío del siguiente día.
No creo que fuera más tarde que las 21 horas y nos fuimos progresivamente a dormir ya que había que madrugar. Lo concreto es que a las 7 de la mañana ya estábamos mirando el volcán Antuco, bajo la lluvia, tras recorrer los casi 40 kilómetros que nos separaban desde la cabaña.
Tras los preparativos habituales, comenzamos el ascenso, caminando cerca del andarivel de arrastre de las canchas de esquí de Antuco, un ascenso en penumbra, pero razonablemente adecuado. Si bien era deseable que todos llegasen a la hora acordada, finalmente fuimos 13 los que partimos en el ascenso. La nieve estaba bastante buena, acartonada, por lo cual pudimos avanzar sin grandes dificultades hasta el nivel en que dejamos atrás las canchas de esquí. A través de las radios, nos enteramos de quienes nos seguían, por lo cual poco a poco se iba completando el contingente de malayos en curso.
Aunque la luz del sol comenzó a aclarar rápidamente, el viento y el frío nos mantenían alertas acerca de lo que venía. Avanzamos hacia la izquierda buscando el filo del cerro y poco a poco fuimos dejando atrás a algun@s compañer@s, quienes cansados o quizás desganados decidieron descansar. Una densa neblina además del frío estaban complicándonos.
Finalmente, con mucho esfuerzo, inmersos en la densa nube que cubría la cumbre del Antuco, nos juntamos los 8 malayos que llegamos hasta ese lugar, luchando con unas ráfagas de viento insoportables y con una visibilidad mínima. Por la radio acordamos juntarnos y no seguir avanzando, ya que la seguridad es más importante que nada.
Estábamos a 300 metros de la cumbre tras varias horas de ascenso, pero había demasiado viento y a pesar de habernos puesto los crampones y usar el piolet, el equilibrio era precario. Ahí es cuando yo valoro la cordura y el buen espíritu de los malayos, nos juntamos y discutimos si era razonable continuar, considerando que detrás nuestro venían una veintena de personas. Acudimos a la cordura, dada la pendiente, el frío y la tremenda fuerza de los ventarrones, había riesgos que no eran adecuados para todos. En fin, decidimos abandonar, tras hartas horas de ascenso, lo cual no nos hace felices, pero nos da la tranquilidad de no exponer a nadie a riesgos improcedentes.
Tras unas fotos, comenzamos el descenso y nos fuimos encontrando con otros compañeros de aventura, al mismo tiempo que el clima cambiaba de manera sorprendente. Tras algunas horas, el sol reinaba en la cordillera, quemando por reflejos en la nieve, nuestros cuerpos. A pesar de ello, en la cumbre siguió presente la nube lenticular, esa maldita nube que garantiza mal clima y muchos riesgos.
Ya en el estacionamiento, aprovechamos de ir a conocer el lago del Laja mientras llegaban todos los malayos en aventura. Posteriormente, nos encontraríamos en las cabañas en donde habíamos arrendado un quincho formidable en donde tuvimos un asado a la parrilla de campeonato hasta altas horas de la noche.
Que bien lo pasamos los malayos!!!