Biketrekking de sábado : nueva fórmula

Hoy practiqué una variante a mi habitual krrtrekking, lo hice en bicicleta. Si bien deambulo en cleta muchas veces después de subir el cerro San Cristóbal, en esta ocasión fue un trance deliberado.

Llegar al mirador de la cumbre del cerro, beber un rico mote con huesillos y descansar un poco, fue el preámbulo de espera para que llegara mi partner (supuestamente iba a llegar a esa hora). Como me resulta difícil esperar mucho rato, le avisé telefónicamente que me iba a pasear hacia La Pirámide (ahora que está abierto el paso, tras la construcción del famoso tunel que se perforó en nuestro lindo cerro). Tras recorrer toda la ruta, insistí en llamar sin resultados, así es que decidí volver a subir a la cumbre (hay mala señal para celulares). A medio camino, me encontré con una pareja de amigos que se inicia en los paseos por el cerro. Iban con Cata (una chiquitita de 4 meses) metida en una mochila. Los acompañé hasta dejarlos instalados en el mirador de la cumbre, momento en que supe que mi partner se había ido a su casa. Buena la coordinación!!!!

Acordamos un nuevo punto de reunión y bajé raudo hacia el barrio Bellavista y curiosamente llegamos juntos al Ocean Pacific. El trámite fue un fracaso, no nos podían arrendar el lugar que queríamos para las bodas de oro de los viejos. MMMhhh!!!. Plan B en ejecución.

Nos fuimos ruteando por las calles del barrio Bellavista, pasamos al barrio Recoleta y el hambre me llevó a una picada que conozco hace más de 20 años, El Toro, en calle Loreto. Un lugar propicio para disfrutar un aperitivo. Pedimos un ceviche de salmón (especialidad de la casa) y unos pisco sours. Un plato con piso de lechugas, unos cortes de alcachofas, alcaparras, los trocitos de salmón y palta. Exquisito!!!. Una armonía cítrica acompañada de una maravillosa selección de música lounge.

Tras el aperitivo, nuevo destino, el barrio Brasil. Un vertiginoso paso por el Parque Forestal, luego por el medio del centro de Santiasco, saludamos al paso al siempre filete Majestic y seguimos hacia el Ocean Pacific, en calle Cumming.

Trámite exitoso y unos minutos después, ibamos rumbo al barrio Santa Isabel. Ahí logramos conectar con la ciclovía (la gran deuda del país con sus ciclistas) y admirar la vieja arquitectura del sector y esos entrañables lugares como la feria de libros que hay en la intersección con calle San Diego.

Por fin, llegamos al barrio de Avenida Italia, en busca de unos nuevos sitios que se han instalado. La sorpresa de esa hora, casi todos cerrados (bueno, era un poco tarde).

Se ejecuta de inmediato plan C. Llegamos en cleta hasta el Olivié, un restorán ruso que me encanta y que siempre está abierto cuando se le necesita.

Partimos con agua mineral como de costumbre y tras una insidiosa mirada a la carta, salió la selección perfecta de platos. Beef Stroganoff (carne de res cortada en juliana con champiñones, salsa de tomate, crema, vino blanco y arroz) para mi compañero y para mi hambre atroz una Buzenina (carne de cerdo en láminas, literalmente para cortar con el tenedor, cocida en finas hierbas, con trozos de repollo y salsa de ciruelas) maravillosa!!.

A la selección le pusimos un vino syrah reserva de Casa Silva año 2005 delgado y potente, que nos dio un delicioso placer en la combinación. Realmente, muy rico!!!

Para los postres elegimos una torta Olivié (un bizcocho ruso con crema de leche al limón y chocolate) y una pequeña grosería un Blichiki (crepes rellenos con ricota y salsa de cítrico y menta).

Gran biketrekking, tendrá que repetirse!!

Olivié : comida rusa e historia

Elegir un nuevo restaurant para un almuerzo de sábado, a veces resulta complicado. Son muchos los lugares que simplemente no abren los fines de semana y los que lo hacen, ya los he visitado muchas veces. Sin embargo, la fortuna me acompañó y encontré el Olivié, un restaurant ruso que abrió sus puertas hace unos cuatro meses.

Una casona justo al costado de la Mitad del Mundo, el conocido restorán ecuatoriano de Max Berrú (ex-Inti Illimani)en calle Rancagüa, aloja este sitio que sin pretensiones publicitarias, abre la oportunidad de explorar la comida rusa.

El lugar decorado elegantemente, buen espacio y agradables colores y temperatura. Mucha madera y cuadros, además de muy buena música rusa moderna para acompañar.

Desde el comienzo, me atiende un mozo con una fisononmía claramente chilena, pero que hablaba perfecto ruso con los dueños. Atento y muy educado, el mozo me ofreció la carta de comidas y de vinos. Tras mi agua mineral helada y sin gas, rápidamente me tenté con una ensalada de entrada, Buzamina, unas finas láminas de cerdo a las finas hierbas con un dressing picante. Pero para mi sorpresa, era el único plato que no tenían. Puchas!!!

Decidí recorrer con detalle la carta para analizar su variedad y volver a ser tentado. Entretanto, mi curiosidad terminó por hacerme preguntar al mozo como sabía hablar ruso y la historia que escuché me dejó perplejo. Este educado y servicial mozo, resultó ser el hijo de un folklorista, defensor de los DDHH y famoso locutor chileno, René Largo Farías, salvajemente asesinado hace varios años. Con él y su madre, René el mozo, vivieron el exilio en Mexico en donde estudió Oceanografía (Biología Marina) y hacia 1986 se fue a estudiar periodismo a la universidad en Leningrado en donde vivió los tiempos de la Perestroika. En Chile se dedica a atender turistas de esa zona del mundo y casualmente había recalado en este restorán ruso para atender y contarme sus deliciosas historias. Notable!!!!

Para almorzar pedí una pasta rusa, Pelwery con pavo, masa rellena de pavo con una salsa de champiñones. Mientras esperaba mi plato, me trajeron un aperitivo típico de la casa y de Rusia, Sakowska (creo), un pequeño vaso de vodka muy helado, acompañado de dos pequeñas fuentes, una con zanahoria rebosada y otro con chucrut. René me dejó claro que el objetivo es disponer algo que comer para poder pasar el vodka. Me contó que en sus tiempos de universidad en Rusia, cualquier cosa servía, un trozo de pan negro e incluso una cucharada de mantequilla.

Mi pasta, preciosamente presentada y con un aroma tal que solo agigantó mi hambre. Condimentada perfectamente, fue un manjar en mi boca, el sabor del pavo, las especias y sobretodo los champiñones. Acompañé con una botella de vino cabernet sauvignon que maridó de maravillas con el plato.

Para el postre, un Bichiky con ricota, un delgada masa recubriendo la pasta de ricota y con salsa de frambuesas encima y algunas gotas de manjar en el plato. Exquisito.

Al cierre, un potente café negro y mis agradecimientos a René Largo, el extraordinario mozo del restaurant.