Seis de la mañana en pié y preparando una mochila un poco abultada, pues tenía la sospecha que el clima en la montaña podía darme alguna sorpresa. Cargué rica comida y a las 7:05 de una madrugada dominguera, me encontré en el punto en donde pasarían a buscarme.
A las 7:30 horas, en compañía de David y Hernán estabamos puntualmente en el punto de encuentro de quienes se sintieran motivados por este paseo. Dieciocho entusiastas excursionistas nos saludamos y emprendimos el largo trecho hacia el Cajón del Maipo. Por suerte, el tráfico a esas horas es una maravilla y a las 9:30 horas, ya embetunados de bloqueador solar, emprendimos el ascenso.
Una subida empinada, hasta llegar al Cajón de La Engorda, un valle de poca pendiente y muchos arbustos y riachuelos. La flora es abundante y, para pesar de algunos, llena de unos arbustos de baja altura y repletos de espinas. Convendría usar polainas largas en esta travesía, no obstante lo cual, el paisaje es increiblemente bello. Las montañas son hermosas y coloridas y existe gran cantidad de cabras pastando en los alrededores.
Una vez atravesado el Cajón nos enfilamos hacia el acarreo más propicio para ascender hasta los 3.150 metros en donde se encuentra el refugio.
Algo menos de tres horas nos tomó llegar al lugar y grande fu mi sorpresa al descubrir lo lindo, limpio y buenas condiciones que se encuentra el refugio. Había un señor bastante mayor en envidiable estado físico, montañista de muchos años de oficio, ex-instructor de la Escuela de Montaña, quien vino desde Viña a quedarse unos días en el refugio para acondicionarlo y mantenerlo. Notable su generosidad y sobretodo simpatía. El conoció a quien construyó el refugio y a su familia, ya que hace años que viene al sitio, por lo que nos contó entretenidas historias.
En un sector con pasto, al lado de una afluente de agua y bajo un cielo perfecto (me equivoqué, el clima estuvo magnífico), nos dispusimos a disfrutar del banquete malayo de rigor.
Comenzamos con unas machas al limón, amenizando un queso de cabra a las finas hierbas. Aparecieron unas castañas de cajú y una bandeja de papas fritas, choritos y mayonesa. Gran aperitivo para que cada cual comenzara a devorar su plato de fondo. Después, unos kiwis pelados y heladitos, duraznos, chocolate y damascos deshidratados (esa combinación es genial) y también uva y piña al jugo (aunque no alcanzó para todos). Finalmente, lo siempre esperado, turrón uruguayo con maní y café brasileño para todos. Una sorpresa nos dio Regina quien llevó una cajita con deliciosos bombones, que devoramos sin compasión. Gran banquete!!!!
Tras un merecido descanso, emprendimos el regreso lo que nos tomó cerca de dos horas. De ahí charlamos animadamente hasta que llegaron todos los integrantes del grupo. A las 16 horas ya ibamos en los vehículos hacia Santiasco. Un infierno de tráfico que animamos conversando de vinos, música y todo lo que se nos ocurrió. Con la excusa debida, aprovechamos de pasar a comprar licores artesanales en San Alfonso a la Viña Los Nietos. Una pequeña productora familiar con variada oferta y muy barato. Gran idea!!
Lo único malo del paseo es que debíamos volver a Santiasco. En fin, ya queda poco para el próximo fin de semana.