Una calurosa sala fue el espacio elegido para presentar esta obra brasileña. El teatro de la Universidad Católica bien se merece la instalación de aire acondicionado, dos ventiladores no resuelven el problema. El Teatro Municipal también debiera resolver lo mismo.
El calor finalmente no fue obstáculo para gozar de un gran trabajo de danza, coordinación y tremendas emociones.
Comienza con una compleja danza a la que convergen todos los bailarines en una coordinación casi imposible y al mismo tiempo perfecta. Se tocan las manos, se miran, se rozan una y otra vez, entran y salen y finalmente cada cual pasa a ocupar su espacio en los bordes. Cada escena que sigue hace explotar los sentidos, desde un grito desgarrador, hasta el desangramiento de una garganta, el forcejeo de cuerpos desnudos o el acogimiento maternal entre dos seres sufrientes.
Los actores entran y salen, con ropa y a veces sin ella, a veces escapan del escenario otras veces se arrastran dolientemente, explotan en sangre, se pintan con ella, se desfiguran o simplemente retozan en un festín de dolores sanguíneos.
Compleja obra, pero clara en sus emociones y en la complicidad que provoca.