Después que realicé el MTB San Pedro de Atacama, me quedó gustando esta actividad y me inscribí para el ya clásico recorrido desde San Fernando hasta las Termas del Flaco. Claro que no sabía todo lo que me esperaba.
Si en octubre portaba luto, en esta ocasión se sumó uno más terrible y como consecuencia evidente, no tuve oportunidad de entrenar y mucho menos involucrar mi mente en esta actividad. No obstante ello, decidí participar y hacer un disfrute de esta ocasión. Pues bien, me sumé al team de mi empresa que mayoritaria y rigurosamente entrenó por un buen tiempo y que gentilmente aceptaron incluirme, a pesar de mi mala preparación.
A las 4:30 am del sábado junto a varios compañeros nos embarcamos rumbo a San Fernando a sumarnos a quienes ya estaban instalados allá o bien viajaban en sus propios vehículos. Cerca de las 9 horas, en una plaza de armas repleta de ciclistas, comenzamos a reconocernos por la hermosa tricota corporativa que nuestra empresa nos proveyó y que casi media centena portaríamos en la carrera. (La tricota oficial del evento nunca llegó sino hasta ya terminada la carrera, lo cual fue cobrado con mucha vehemencia por toda la multitud en cada ocasión que fue posible. Un feo error de la producción).
Para completar mi lamentable estado físico, había estado el día antes en la montaña caminando por casi 8 horas cumpliendo con un compromiso malayo. Nobleza obliga, pero el dolor de piernas no era chiste.
Diez y media de la mañana y se larga la carrera con más de 1900 participantes, una parte de los cuales partió 39 Km más adelante. Un verdadero caos, más cletas de las que había visto en toda mi vida y todas tratando de avanzar por las calles de San Fernando. Igual divertido, porque no se podía correr e ibamos tan juntos que la única preocupación plausible era no chocar.
Ya en las afueras de San Fernando y en el camino hacia las termas, comenzó a desgranarse el grupo. Los más «Pro», sacaron rápidamente ventaja y los perdí de vista. Por mi parte, mi único objetivo era guardar energía para asegurar al menos llegar a la meta. No conocía la ruta ni había corrido 80 km antes. Un verdadero misterio en cada vuelta de rueda.
Avancé con tranquilidad gozando una agradable temperatura (por fortuna estaba nublado!!) y el paisaje que verdaderamente es encantador. En esta primera parte se avanzó por pavimento, lo cual me facilitó mucho el acostumbrar mi cuerpo al esfuerzo y ya a los 18 Km, dejé de sentir dolor y también algunas partes de mi cuerpo. ¿Habrá algo más incómodo que el asiento de una cleta?
Una anécdota deliciosa, fue en una de las curvas y en subida, había una muchachada y una chica adolescente del grupo me grita «vamos tatita, fuerza!!!». Con eso curiosamente me subió el ánimo, ya que no estaba cansado y ahí supe que iba a llegar.
El pavimento fue rapidamente seguido por camino de tierra (piedras y arena) que claramente ponía mayor dificultad y comenzaron las subidas y bajadas. Ufff!!!, todo lo que se subía se bajaba luego, pero definitivamente el relajo y rapidez de las bajadas no compensaba el esfuerzo ni el tiempo de subida. En estos ciclos de sube y baja, aprendí a recuperar la sensibilidad de las zonas castigadas y cada vez se me hizo más entretenido el proceso.
Hacia el Km 30 encontré la primera estación de abastecimiento y para mi sorpresa, ya casi se habían consumido todo. Solo conseguí unos vasos con agua mineral y tras un par de minutos de estirar piernas, largué de nuevo. Ahora tenía un nuevo objetivo, llegar a la próxima estación antes que fuera saqueada, pues necesitaba urgente comer fruta y conseguir jugo isotónico para reponer mis botellas.
11 km más adelante logré mi objetivo, comí platanos, damascos, naranjas y duraznos, además de varios vasos de jugo. Energizado y con más confianza, comencé a acelerar mi ritmo y recuperar el terreno perdido.
Se sucedieron tres estaciones más y en todas logré comer y beber, lo que significó que me libré muy bien de los calambres. Encontré a muchos cleteros en competencia retorcidos de dolor por los calambres, además de los pinchazos que afortunadamente no sufrí (por cierto, durante toda la competencia cargué en mi mochila un montón de elementos para cubrirme de los percances técnicos y que por suerte no necesité).
La ruta, bordea en casi todos los tramos el río Tinguirirrica, con un paisaje de cordillera precioso con mucha vegetación y hermosos pájaros. El continuo ruido del río refresca la mente y hace placentero el viaje, a pesar del obvio esfuerzo que hay que hacer sobretodo en los últimos 15 o 20 Km.
Ya cruzada la meta, constaté algo sorprendente. En mi mente, la carrera duró algo más de tres horas pero, como comprobaría bastante después, estuve pedaleando por casi seis horas!!!!. No termino de asombrarme de la forma que actúa la mente y donde evidentemente el tiempo no es más que un constructo ajeno a la experiencia personal.
Con un hambre leonina, tras la ducha imprescindible, recorrí el caserío (es mucho menos que un pueblo) buscando proteínas y tras hartas vueltas conseguí unas empanadas. Las encontré deliciosas (en retrospectiva, pienso que eran harto malas).
Hacia las 20 horas nos juntamos a cenar con todo el equipo participante y nos preparámos para disfrutar la premiación, los concursos y la fiesta en las calles. En mi caso, que llevaba dormidas 6 horas en total en dos días, sumado al cansancio de la competencia, simplemente morí pasada la medianoche.
En resumen, una experiencia completamente repetible aunque con mejor preparación, ya que es indispensable. Viva la cleta!!!!