A pesar de haber dormido muy poco por mi incursión nocturna al buen jazz, las ganas de pasar un domingo en la montaña son irrefrenables y siendo las 6 de la mañana estaba en pié preparando mi mochila. A las 7:05 horas (puntualidad británica) ya estaba con el gran David, presidente honorario de Los Malayos, quien amablemente nos recoge en la ruta con su auto para ir al punto de encuentro.
Veintún malayos se aparecen para el paseo. Increíble convocatoria en el kilometro cero del camino a Farellones. Nos redistribuimos en los vehículos 4×4 y nos vamos ansiosos al último andarivel de La Parva.
El cielo sobre la montaña no se veía muy despejado, pero había suficiente sol. El ascenso fue rápido y a medida que avanzábamos, comenzó a sentirse el frío. La temperatura bajó, pero la sensación térmica mucho más, pues el viento fue un acompañante permanente de la ruta. A medio camino, me tuve que poner guantes y una segunda capa de ropa bajo el cortavientos. (Debo reconocer que he aprendido a punta de errores a adivinar lo que necesitaré en cada ocasión y llevarlo en mi mochila). El último cuarto del recorrido fue sobre la nieve, una sorpresa para estas fechas.
Hicimos la cumbre un buen rato después que el escapado Hernán, que parece que se fue corriendo (broma). Mientras esperábamos al resto, el frío comenzó a sentirse fuerte y comenzamos a adelantar parte de la ingesta calórica, reservada para nuestro banquete. Finalmente, ya cerca del mediodía, decidimos bajar a un mejor sitio para que pudieramos estar todos mejor y de paso advertir y proteger a los menos experimentados de una zona con hielo que resultaba bastante peligrosa. De hecho, en ese tramo, los bastones resultaban inútiles con la dureza del hielo y me asusté un poco.
Ya instalados en la zona segura, comenzamos nuestro banquete malayo, la parte sibarita del paseo. Partimos con un aperitivo de salame italiano y aceitunas rellenas con jalapeño, frutos secos, galletas, huevos duros y sandwiches varios. Giovanni cocinó unos champiñones al ajillo y merkén que le quedaron deliciosos, mientras Poncho hirvió té con especias (canela, jenjibre, pimientas y quien sabe que más). Fantásticos aportes. Para el postre uvas y una selección de chocolates y arándanos, para concluir con el buen café brasileño y los turrones, esta vez argentinos, de maní y almendras. Quedamos chatos de comer, pero fue exquisito!!
Bien por los malayos y el montañismo hedonista.