En el barrio Manuel Montt sobran las opciones de bar, aunque lamentablemente una mayoría están dedicadas a Chela y Chorrillana (el mercado de los universitarios del sector). Sin embargo, se pueden encontrar excepciones que van un poco más allá del alcohol fácil y el relleno digestivo oportunista.
Un necesario descanso tras jornadas agotadoras, hace necesario por lo menos de una conversación, un momento de mayor intimidad con algún partner y colaborador.
El lugar, bastante sencillo, un negro completo en paredes y una iluminación intencionada en el bar y algunos accesos. La carta, claramente fuerte en los tragos, aunque pretenciosa en los acompañamientos. Nos inclinamos por un clásico, un pollo al pilpil, una maravillosa forma de sacarle un sabor increíble a un asqueroso pollo chilensis (hormonas, smog y química alimenticia).
Un buen vodka de sabores y una buenísima conversación, sin interrupciones, me dejó el sabor de un lugar con buen estilo. La chica que nos atendió hizo su arte sin agresión, para hacernos sentir que elegimos un buen lugar.
212, buen nombre para un lugar con la misma dirección.