Un delicioso grupo de amigos que nació al alero de mi querido Club Malayo, cada cierto tiempo es el epicentro de disfrutables paseos con trekking y montaña por diversos lugares de Chile. En esta ocasión me avisaron con suficiente tiempo como para poder planificar algo y sumarme a la aventura.
Quedamos de juntarnos en Plaza Italia con mi gran amigo León, quién viajaba sin su Chinita y en consecuencia conformamos una cordada que sumaríamos a nuestros amigos Nilda y Roberto, la Rubia Soldavini y su hermano y Ale Gallo y su pareja. Un grupo dedicado a pasarlo bien en todo momento y que hace que estos paseos sean inolvidables. Una larga jornada en la camioneta de León para llegar al Valle del Elqui, destino que además de su aura mística tiene buenos cerros para subir. En el camino tras un infructuoso intento de llegar al lugar de alojamiento, decidimos ir a comer a una picada en donde una buena sopa y un plato de carne y arroz apaciguaron el hambre acumulada en las horas de tránsito.
Una vez que coincidimos vía telefónica logramos coordinación para llegar al lugar que Ale había reservado, nos encontramos todos en un maravilloso oasis pleno de naturaleza bajo la belleza sorprendente del cielo del valle. Nos instalamos en la cabañas, por cierto muy bien equipadas, y comenzamos a planificar la cena y la salida madrugadora hacia el cerro Porongo.
Creo que sobra decir la cantidad de exquisiteces que disfrutamos este atardecer mientras la noche pugnaba por asomar entre las nubes hasta que logro despejar y mostrar esa impresionante belleza que hace del Elqui el mejor lugar para divisar estrellas. Algo atolondrados por tantos placeres comestibles y bebestibles, fuimos hacia la oscuridad del camino para mirar con unos tremendos binoculares las más hermosas formaciones celestiales que pueden verse sin equipamiento profesional. Nebulosas, galaxias y cúmulos de estrellas maravillosos que disfrutamos por el tiempo que nuestro cuello resistió la pose. Es sorprendente el cielo del Elqui, un espectáculo que no he podido repetir en ningún otro lugar.
Si bien antes de la cena habíamos hecho una incursión para detectar el sendero que en la mañana nos conduciría al Porongo, la verdad es que no logramos dar con él y esta temprana mañana, tras desayunar, nos incursionamos con toda la incerteza y la curiosidad que era posible. Caminamos a través del pueblo y nos metimos al cerro por donde parecía mejor ruta. Afortunadamente, íbamos bien encaminados y el ascenso nos obligó a un buen ritmo mientras observábamos la huella de los mineros en el cerro, varios piques y prospecciones que hablaban de la actividad pirquinera de la zona. Varias horas después llegamos a un remanso que nos dió la verdadera perspectiva del ascenso, un desnivel de casi 2 mil metros, no era presa fácil para nadie y calculando los tiempos, decidimos que la aventura llegaba al punto de decidir volver.
Una nueva y deliciosa cena nos esperaba tras el regreso, cansados y contentos solo debíamos ducharnos para iniciar el asado que rápidamente armamos para el mayor disfrute de todos. Una larga noche de risas y buenos momentos, antes de ir a descansar.
El último día en la zona, lo destinamos a pasear y conocer la zona, nos sorprendimos con las ocupaciones del camino de decenas de ovejas y también de cabras como si no importara nada. Para nosotros solo fue una oportunidad de tomar fotografías y disfrutar el percance. Después, un buen almuerzo en el pueblo cercano y el inicio del inevitable regreso.
Un paseo exquisito que dejé registrado en estas fotografías para recordarlo muchas veces.