Cuando se cumplen 40 años del golpe militar en Chile, abundan diversas obras de teatro que intentan representar diversas miradas acerca del deleznable acto y las consecuencias horribles en la población que fue perseguida, torturada, asesinada o simplemente desaparecida.
La obra Grita viene a concluir una trilogía de obras antecedidas por El Taller y luego Medusa, de la cual hice una crónica días atrás. Contra todos mis pronósticos, esta obra siguió un rumbo inesperado. Una mujer sola en un departamento acosada por los fantasmas de un marido muerto. Otra mujer asustada y con síndrome de persecución que visita la tumba de un hermano muerto. Finalmente otra mujer, asediada por un desconocido que intenta matarle y que es rescatada por la primera mujer, quien la lleva a su departamento para protegerla.
En pocos pasos, la obra entrelaza las historias, todas macabras y que conducen irremediablemente a darse cuenta que el centro de todo es ese hombre, un torturador al servicio de los aparatos represivos de la dictadura, quien se suicida en misteriosas circunstancias.
La cónyuge del torturador, una primera víctima ya que jamás sospechó en que trabajaba su marido y mucho menos consideró las consecuencias de ello. Una hermana del torturador que prefiere pensar que todo es un montaje y que su hermano es una víctima de un sistema aterrador pero ajeno. Finalmente, la chica rescatada, con huellas dolorosas en su cuerpo y que huye de alguien que quiere matarla porque lo delató. Le cagó la vida a alguien, ella dice, pero es más complejo aún, pues poco a poco se devela que delató a su pareja, un individuo vinculado a la resistencia a la dictadura y que lo hizo a su torturador de quien se enamora. La bestia torturadora, jamás la tocó, pues ella misma se auto-infirió las heridas para cumplir con el protocolo y mantener las cosas en su lugar. El torturador debía mostrar que hizo su trabajo y obtuvo la información y ella debía salvarlo mostrando que el trabajo fue hecho.
Compleja historia, una muestra de lo alambicado del ser humano y una consecuencia de la locura que se desata en la violencia de un sistema que define como enemigos a quienes piensan distinto y que después de todo transforma las vidas de todos, dejándolos en calidad de víctimas.
Salí consternado de esta obra, reconociendo su virtud dramática, pero me termina por convencer que cuando un estado decide que parte de su población es enemiga, las consecuencias traspasan todos los límites y las posiciones pueden ser irreconciliables. Como dice uno de los personajes la cagada está hecha, nada arregla nada.