Un escenario con sillas en las que diversos personajes ocupan un lugar trágico en una cantina imaginaria en que están todos los representantes de nuestra cultura arrabalera, frenéticamente «shanta» y sobretodo popular. El amor y el desamor como tema central hace que cada personaje se exprese en su angustia y poderosa precariedad para construir su historia. Desde la mina del dueño, el mino que se come a la mina del dueño, y los fantasmas de todos los personajes de cantina.
Una delicia de aciertos musicales, con una María Izquierdo formidable como el fantasma omnipresente entre tanta precariedad emocional y deslizándose ingeniosa entre las décimas de dolor y marginalidad que es el centro de esta increíble obra.
El tiempo pasa presuroso mientras los cantos y los dolores de estos personajes toman rienda suelta en la escena. La maravilla que crea en décimas Juan Radrigán es amplificada por la versatilidad y talento de estos personajes de cantina, deseosos de atención y hambrientos de amor, que motiva toda esta deliciosa obra.
Encantadora, los fantasmas y los sufridos personajes dejan una huella indeleble en la retina y el corazón, estos amores de cantina son los amores que también hemos tenido siempre.