Por esas casualidades propias de internet, caí en la lectura de un artículo que hablaba de un fenómeno que he visto y que es cada vez más frecuente. Me refiero a los llamados niños rey, especímenes de los cuales ya hay adultos viviendo con nosotros.
Cuántas veces hemos visto a un chico de no más de 4 años haciendo una escenita en la calle porque quiere algo y que tras un rato los padres terminan por comprarle. Cuántas veces hemos visto a pequeños de cara dulce, insultar a sus padres o darle órdenes, sin que ellos reparen en el hecho que no es correcto.
Algo está pasando en nuestra alocada vida moderna y no huele bien. Cuáles son los valores que se están cristalizando en las mentes de esos pequeños, convertidos en dictadores de sus padres y de todos los que ingresen en su círculo de “poder”. Esos pequeños en pocos años van a crecer y se transformarán en adultos insufribles, creyentes absolutos en que todos los demás existen exclusivamente para atenderles, completamente indolentes y sordos a las necesidades de los otros y “amaestrados” por sus padres para creer que todo lo que quieran lo obtendrán. Llegarán a adultos sin considerar siquiera la existencia de sus propias limitaciones y errores.
Para más detalles, vean el artículo en http://www.hacerfamilia.net/new/index.asp?pag=articulos&id=1003 y que recomiendo leer, pues expone técnicas muy sencillas para hacer frente a esta verdadera epidemia moderna.
Aunque suene cliché, la verdad es que la felicidad no está en la posesión de bienes materiales, tampoco en el exitismo, sino en la capacidad de crear y mantener vínculos estables y profundos con los demás y eso supone verdadera consideración por otros seres, lo cual pueden comprobar en cualquier texto serio de psicología y en las personas felices que conozcan (de verdad, existen).
Si vas con tu hijo (sobrino o lo que sea, en donde seas el adulto con autoridad) al supermercado y se le ocurre que quiere tener algo que recién ha visto, cuantas veces sales corriendo a dárselo en vez de pensar que tus actos pueden determinar sus conductas futuras. No será mejor enseñarle que se puede comprar aquello que es verdaderamente necesario o que existen otras prioridades que incluyen necesidades de otros miembros de la familia o incluso de terceros. O cuando demanda un helado justo antes de almorzar, no será el momento de indicarle que puede acceder al helado pero solo después de almorzar como corresponde y si muestra el comportamiento adecuado.
Si no cambiamos nosotros los adultos, con esas “enseñanzas” vamos diseñando inconscientemente el comportamiento del niño tratando de darle satisfacción inmediata a cualquiera de sus deseos. Puede que nos sintamos bien por poder darle todo lo que el niño dice necesitar, pero cuantas veces somos conscientes del comportamiento que estamos creando en él?. No somos solo proveedores materiales!!!. Somos cómplices de la construcción del Niño Rey, ese pequeño dictador que se transformará en un individuo incapaz de superponer a sus intereses algo noble que sea bueno para otros, alguien que no puede soportar el fracaso ni la posibilidad que algo o alguien le sea negado.
Porque estamos creando tantos niños rey?. Acaso el esfuerzo, la postergación personal por una causa noble, el respeto y la consideración por lo demás es una mala práctica?. El asunto complicado es que cada vez es más frecuente ver a estos pequeños dictadores actuando en la calle, con unos padres instrumentales que solo viven para satisfacerlo, en abierta compensación quizás del poco tiempo que les dedican, como si darle cosas pudiera equivaler al proceso educativo irrenunciable que los padres deben tener con sus hijos.
Lean el artículo, da para pensar y cuestionarse harto!!!
Puede que el niño rey responda sólo a un proceso inevitable de envejecimiento de nuestros parámetros, que nos vuelve ciertamente intolerantes a la falta de orden, a la subversión o al cambio, nos vamos haciendo viejos. No obstante, la interpretación que me interesa es otra. ¿puede el niño rey mostrarnos los albores de cambios profundos en la subjetividad?
La subjetividad, desde mi punto de vista, no es otra cosa si no, el resultado de un macro conflicto originado por todas y cada una de las formas de entender la vida presentes en una sociedad. Una sociedad que hasta no hace muchos años atrás, concebía uno y sólo un sujeto social, El Padre, único con poder adquisitivo, dueño de la verdad final, único con derecho a voto, definidor de normas y aplicador de sanciones, juez y parte omnipotente, constructor de una idiosincrasia que nos hace creer que un jefe debe tener don de mando y un presidente debe tener mano dura, saber “administrar”, tener plata y/o buena facha y que por supuesto debe ser hombre para que no se desordene el rebaño y controle sus emociones. Todos estos conceptos mucho más viejos que nosotros por supuesto, y que nuestra decadente cultura occidental, proveniente de una tradición de dioses castigadores e iluminados que imponían las verdades a punta de espadas y donde por supuesto, para ser Rey se requería esfuerzo, paciencia perseverancia y sobre todo aguante.
Pero la subjetividad se construye a las patadas, a las pataditas, a las pataletas mas bien, tratando de imponer los significados que a cada quien le vale, y sea lo que sea lo que resulte, será el resultado de este conflicto, por angas o por mangas, por acción u omisión la sociedad es lo que somos y somos lo que la sociedad nos permite ser.
Es así como el niño rey ha sido construido, no sólo por la acción o inacción de los padres inexpertos en poner límites, si no que también es el vástago de un mercado omnilegistlativo en el que hay lugar para todos, pero nunca suficiente para cada uno, donde la razón de ser y la razón de comprar se confunden, donde aquello para lo que no alcanza, está al alcance de la mano y de un mundo por cierto harto dolorido (pero no lo suficiente) de dictadores, de bombazos, de metralla, de parrilla, de límites impuestos por la fuerza.
Y estamos entonces en el mall, apestados y muertos de vergüenza frente a un niño que al igual que la tecnología, no reconoce límites, hijo de una época en la que el progreso se supedita a la trasgresión, donde la disciplina huele a milico rancio y simplemente no hay razón para no tomar el camino fácil, y donde todo es mío sólo hasta que alguien pegue más fuerte. Se trata de una desazón universal propia de curas y papás picados a hippie que imponen disciplina en la buena onda, una cultura que subvierte los límites sólo para imponer los propios, es la propia noción de individuo que reconoce al planeta sólo como un lugar y a sus semejantes como grupo de pertenencia, sintiéndose especial, creyéndose un 1, erguido en su prepotencia de especie humana, tan en el centro como nadie, tan exacto como sus fronteras y tan real como la bota que lo pisa.