Iba en mi cleta, cuando de repente cae una hoja de un árbol y se posa tranquila en mi brazo. Se quedó ahí por varias cuadras, sostenida solamente por la presión del aire mientras yo seguía avanzando. Había salido esta mañana con rumbo al cerro San Cristóbal, a botar el stress y a gozar los olores y colores de un cerro en otoño. No sabía aún que algo tan simple como la caída de las hojas me entregara una sensación tan exquisita, de ser parte de algo inexplicable pero cotidiano.
Conduje mi cleta por varias ciclovías hasta que llegué a Plaza Italia en donde enfrenté la calle Pio Nono con rumbo al cerro. Me detuve un instante a elongar y beber algo de mi jugo isotónico, mientras observaba el hermoso juego de las nubes en movimiento. Comencé el ascenso, en cada golpe de piernas, botaba algo del maldito stress que se acumula durante la semana y que destroza la vida de tantos santiasqueños, esos que trabajamos 14 o más horas cada día y que soñamos con estar en otro lugar disfrutando la vida.
Poca gente en el cerro y pronto llegue a la conexión que hay con la ruta que sube desde Pedro de Valdivia Norte y me paré en los pedales para sacar ventaja y subir más rápido. Cuando llegué a la zona del Mirador, en la cuesta de los afligidos, me afligí y de verdad sentí que me faltaba energía, ahí es cuando constato como me despedazan estas semanas de trabajo exagerado, pero sacando fuerzas de flaqueza logré pasar la prueba y pocos minutos después estaba en la cumbre. No alcanzaba a regular mi respiración y escuché que me llamaban, allí estaban unos amigos malayos disfrutando un buen mote con huesillos, por lo que tarde muy poco en acomodarme a conversar y comprar mi porción del mágico brebaje.
Conversamos por un buen rato y poco a poco se fueron sumando otros cleteros hasta que eramos casi una decena. Más tarde cuando decidimos bajar, a dos de ellos les invite a aprovechar la fuerza de gravedad y bajar sin pedalear (me está gustando mucho hacer esto), bajamos pero pronto los dejé atrás, parece que mi cleta se mueve más rápido de lo normal y de hecho llegué a marcar casi 52 km/hr sin jamás pedalear.
Los esperé en el acceso de Pedro de Valdivia y nos fuimos zigzagueando por las calles de Providencia hasta el punto en que nos separamos para cada cual seguir su camino. Llegué a casa con bastante frío, la ducha caliente fue maravillosa y minutos después ya estaba camino a comer algo rico. Mientras bajaba el cerro, tuve una iluminación, vi un filete a lo pobre, que ahora estaba dispuesto a encontrar.
Aproveché mi instinto entrenado y mis pasos me condujeron a El Parrón, lugar de carnes y que tiene una cocina que no para nunca. Me instalé bajo las frondosas parras del lugar y pedí una vaina y unas empanadillas de queso para comenzar. Mi plato de fondo ya estaba elegido de antemano así que solo gasté tiempo en buscar una buena botella de vino y ahí estaba, un petit verdot de Barrica Selection de Viña Santa Carolina 2008.
Almorcé disfrutando cada bocado de este delicioso plato, despreocupado de la hora, de las obligaciones y de tantas otras cosas, solo gozar los sabores una y otra vez.
Cuando cerré mi almuerzo con un rico café negro, comencé a caminar bajo una tarde con viento y muchas hojas otoñales voladoras, que hermosura, las tardes de otoño tienen un encanto sobrenatural.
Dediqué unas horas a leer algunas revistas, ver una película en mi improvisado cine personal (notebok y datashow) hasta que fue evidente que oscureció y era un buen momento para visitar mi lugar preferido de jazz. Hoy había una sesión muy peculiar, primero una presentación de electrotango con un grupo de jóvenes argentinos en la banda mendocina AlterTango, fantásticos. La voz de la chica a veces llegaba a ser un ronroneo delicioso con el acompañamiento del virtuoso bandoneón, el bajo electrónico y la precisa batería. Mención aparte merece la robusta jovencita que sacaba deliciosos acordes al piano y que hacía coros en esta banda fantástica. esta banda ya tiene 10 años de existencia y fue una sorpresa exquisita para esta noche.
La segunda sesión estaba a cargo de una fusión muy especial, Nicolás Vera en guitarra, Sebastián González en Contrabajo acompañados de dos jóvenes finlandeses que en saxo alto y batería hacían un paso furtivo por Santiasco y haciendo lo que más gustan, hacer jazz y del bueno. Piezas de los músicos presentes y del gran Thelonious Monk en abierto homenaje a este exquisito lugar de jazz. En la segunda salida, se incorporó el virtuoso trompetista Sebastián Jordán para amplificar el placer sonoro con su arte.
Fantástico disfrute y gran relax!!!