Como en cualquier curso, llega el momento en que hay que mostrar que se ha aprendido y que se han cumplido los objetivos.
Mi autoevaluación, previa a esta jornada, ya era positiva pues aprendí muchas cosas y las más importantes fueron regalos especiales. Aprendí a revalorar al ser humano, ese que en contacto con la bella naturaleza es auténticamente feliz, a pesar de la precariedad que puede suponer la vida de campamento o el esfuerzo físico que exige la montaña. Aprendí del compañerismo, la solidaridad, la sana alegría de compartir una noche estrellada o el agua de una misma botella. También aprendí mucho más del trabajo en equipo, en donde cada cual opera según sus capacidades y obtiene según sus verdaderas necesidades. Gran experiencia.
Partimos casi de de madrugada el sábado, los 10 alumnos convocados, con rumbo al sector de El Toyo, en el Cajón del Maipo. El punto de reunión fue la plaza de san José de Maipo. Junto a mi cordada, Francisco y Kosta, aprovechamos de buscar un temprano desayuno y terminamos comiendo empanadas de pino recién horneadas. La montaña me da hambre. Glup!!.
Una vez que arribamos al lugar de destino, comenzó el primer desafío, hacer cruzar las mochilas sobre un río usando una tirolesa. Estuvo interesante y casi risible porque la cuerda que teníamos disponible era dinámica, por lo que por más que la tensamos igual «guateó». En todo caso, tarea cumplida.
Siguiente parada, dejar equipamiento y sentarnos al examen escrito. Un típico examen de la Escuela Nacional de Montaña, que aparentemente nos fue bien a todos. Cierto que si, Rodney?
A medida que terminábamos, las cordadas comenzamos a armar el campamento ante la atenta mirada del instructor (imagino que evaluó cada detalle de lo que hizo cada equipo). A continuación, un breve tiempo para almorzar. En ese contexto, hervimos agua y cada cual se preparó un «tres minutos» (la maravilla de un plato completo que queda listo echándole agua caliente). Por supuesto, que aprovechamos de comer unos ricos sandwiches de lomito con palta que preparamos con pan pita y degustar unas ricas aceitunas. Terminamos disfrutando unos postres de frutas picadas en almibar.
Continuamos con una clase extra, escalamiento en cuerda y práctica de rapel. Fue genial ver aplicados los conocimientos de nudos ya adquiridos para poder elevarse o descender con muy poco esfuerzo y en forma segura, con ayuda de cordines y nudos especiales. Notable!!
Siguiente evaluación, una «gymkana», una prueba contra el tiempo en que la planificación estratégica de cada cordada y las habilidades de sus miembros se pondrían prueba. Cuando llegó nuestro turno, partimos corriendo con la cuerda a cuestas hasta el lugar en que usando un anclaje en un árbol, debíamos descender en rapel una pared del cerro, recuperar la cuerda y doblarla correctamente, luego correr por la ribera del río (en semipenumbra, pues ya atardeció) hasta un punto en que estaban los piolet esperándonos para que subieramos un empinado tramo, previa carga de agua desde el río. Ya arriba, dejamos los piolets y corrimos al lugar en que se encontraba desarmado un anafre de combustible líquido. Armar, ecender y hacer hervir el agua. Concluido ese acto, correr a otro punto para armar una carpa y finalmente desarmarla. Uff, 39 minutos tardamos en hacer todo. Excelente prueba!!!.
Concluida la primera jornada de evaluación, hora de cenar. Como teníamos bastante hambre, juntamos ingredientes diversos y cociné un rissotto muy peculiar, con verduras al que añadí salame italiano, chorizo español, corte de aceitunas negras y finalmente, en el extremo «cerdo», queso mantecoso. Quedó exquisito y no alcanzamos repetición. Amenizamos el aperitivo con unos choritos en aceite vegetal y aceitunas rellenas con anchoas. Cenamos alrededor de una fogata que armamos con restos de ramas secas y a la comida siguió una larga tertulia iluminada por una maravillosa luna llena. Que maravilla, que maravilla.
Domingo las 7:15 salimos de la carpa a buscar agua y preparar desayuno rápido, pues a las 8 seguía el examen. Partimos al cerro, piolet en mano, cordines y otros posibles artefactos que adivinamos podríamos requerir. Rodney eligió un acarreo de material arenisco durísimo para que realizaramos una práctica de ascenso con técnicas de marcha. Al principio, aterrador. era como pisar hielo asi que el temor de rodar cerro abajo tenía sustento. Sin embargo, golpeando con los cantos de las botas, haciendo escalones con la pala del piolet y usando lo aprendido, todos pudimos ascender y luego disfrutar el deslizarnos, en forma segura timoneados con el piolet, cerro abajo. Pero no era la prueba, el instructor solo estaba validando que seríamos capaces de hacer la prueba que seguía. Nos llevó a un acarreo idéntico pero mucho más grande, en donde debimos usar todas las técnicas tanto de marcha como de autodetención. Fue un gran esfuerzo, ya que Rodney se aseguró que las caídas fueran «reales». De hecho, me obligó a repetir mi caída para que fuera muy real. Algunas heridas en el cuerpo quedaron como medallas del trance.
Empolvados hasta los dientes, solo quedaba ir a zambullirse al río. Delicioso, frío pero indispensable. La última prueba, fue una maratón de nudos con cronómetro. Que estresante!!!
Cansados y hambrientos, solo me quedó influir para que desarmaramos rápido el campamento y fueramos a una picada a comer y celebrar. Lo pasamos fantástico, un grupo alegre, buena onda y de valiosas personas.
Gran final para un gran curso.