Desperté asustado pensando que me había quedado dormido y seguro me perdía alguna reunión importante en mi pega. Poco a poco, recuperé la realidad y me di cuenta que era un lindo día de fin de semana que me esperaba para sacarle el máximo provecho.
En mi mente tenía una idea loca y me dispuse a hacerlo. Preparé mi mochila pequeña, puse unas revistas adentro, preparé mi jugo isotónico, tomé mi cleta y me lancé a pedalear hacia el Cajón del Maipo. Mi objetivo, almorzar rico en algún buen restoran en las afueras de santiasco.
Salí de Providencia, seguí hacia Ñuñoa, luego La Florida y finalmente el Camino El Volcán metiéndome cada vez más en el maravilloso paisaje del Cajón. Gran cantidad de puestos artesanales con empanadas, pan amasado y encontré uno con mote con huesillos. Irresistible tentación y me detuve a beber el jugo heladito de este chilenísimo engendro.
Después de observar varios posibles lugares entretenidos incluyendo el rico Calypso, cuando llegué a marcar algo más de 39 kilometros de viaje, encontré el restaurant Ko, cocina de autor con toques latinoamericanos, mmmhhh, era el lugar.
Ingresé al sitio, una hermosa construcción en madera, una terraza magnífica con lindas mesas y un entorno con árboles y flores. Precioso. Habían unas seis mesas ocupadas y yo pasé entre ellas con mi cleta ante la mirada curiosa de varios, para instalarme en una mesa que me atrajo.
Estaba sediento por lo que pedí una cerveza helada, esa magnífica kunstmann torobayo. Mientras, me puse a hurgar con mis ojos la carta. Hay un menú delicioso y al parecer abundante, pero seguí recorriendo y elegí una entrada de palta rellena de camarones en un jardín de lechugas y tomates perla. Exquisito.
Saqué mis revistas y me puse a almorzar lentamente leyendo mi material de compañía. Luego fui por mi plato de fondo, un salmón marinado y cocinado en champaña acompañado de un rico risotto de quinoa. Esta delicia merecía un rico vino, pero no tenían la cepa adecuada y tuve que improvisar con un carmenere De Martino 347 del 2009, que debo confesar estuvo a la altura del plato.
El servicio un poco disperso, muy amable pero con poca preocupación por los detalles. Además, las fragancias exquisitas de mi plato atrajeron a las abejas, esa versión carnívora, que tuve que espantar mucho rato. No estaba dispuesto a compartir mi plato con ellas. Al final dejé de ser egoísta, tomé un plato y puse comida en él y lo dejé en un extremo de mi mesa para que lo disfrutaran mis invitadas de piedra.
Un almuerzo en que disfruté lentamente cada bocado mientras completaba mi lectura y gozaba de la rica brisa y el sonido del follaje de los árboles. Demasiado placer reunido en un mismo sitio.
Tras un negro café que requería mi cuerpo para disponerme al regreso, cambié la botella de jugo vacía por otra que llevaba en mi mochila y comencé a pedalear hacia santiasco.
El periplo de 78 kilometros en cleta para almorzar rico, me tomó en total casi seis horas incluido el tiempo de un prolongado almuerzo. Gran paseo!!!
Una respuesta a “Cleta y cocina de autor en el Cajón del Maipo”